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Algo más

Lo admito, soy un planeador compulsivo.


Todo debe seguir mis patrones y cada acción debe tener prevista mi causa y consecuencia. Y aunque este aspecto de mi vida no es recomendable en (algunas) situaciones del día a día, cuando se trata de ir al cine el ritual funciona…


Hasta que todo se viene abajo cuando me siento en la sala y las películas, que he estado esperando y finalmente puedo ver, se encargan de impedir que conecte con ellas, llevándome de paseo hacia cualquier lugar de mi cabeza... Menos hacia las imágenes que se proyectan delante de mí. 



Porque sí, me encanta ir al cine. Ahí puedo desconectarme de mis cosas, volar hacia otro lugar. Removerme de mis problemas diarios, de aquellas inseguridades que aparecen, recordarme en mi inocencia. Es mi inmediatez para emocionarme con algo que ocurre ante mis ojos. Para sonreír en una pantalla gigante, sumido en la oscuridad, a veces rodeado de desconocidos, la mayoría de las veces solo, en horarios nocturnos, días solitarios. Puedo dejarme ir como cuando escribía sin parar y no dudaba en una sola palabra. Y las oraciones simplemente salían y yo lo único que tenía que hacer era golpear ligeramente las teclas, levitar sobre ellas. Así escribí historias, muchas, millones. Las empecé a juntar... Y las guardé mucho tiempo. Llevo publicado dos libros. Tengo material para hacer tres más si quisiera. Pero el problema es que me he perdido de ese hábito. Ya no lo encuentro tan fácil. En realidad, ya no lo encuentro. Esa experimentación ha desaparecido por completo y ahora, en su lugar, soy mucho más metódico y disciplinado. Pienso antes de teclear y organizo antes de empezar. Quiero estar un paso adelante. Quiero ser el proyector de mi propia película. Y, si bien tiene sus ventajas, también duele. Porque aquella inmediatez se me ha ido y la edad y el tiempo lucharán para que no pueda volver ahí. Cada conocimiento nuevo que incorpore luchará contra esa sensación de improvisación. Lo único inmediato se queda en lo banal, en lo superfluo, en pasar videos de TikTok a la madrugada sentado en el baño; en enterarme de noticias intrascendentes sobre nuestra farándula; en las suposiciones constantes que bombardean cualquier ámbito social y político. Y duele. Porque quiero escribir algo que estuve pensando mientras me lavaba los dientes y ahora estoy a los tumbos, frenándome en las comas, en cada punto, como si mi cabeza necesitara tomar aire y cada idea tuviera una reja bajo llave que cede al tercer o cuarto intento.



Es todo muy confuso. Pero lo intento. Y es consecuencia de las películas que he visto estas semanas. Porque noto un patrón que las une de forma obvia pero invisible… Me molesta. Salgo del cine enojado y triste. No encuentro aquella inocencia, la dulce inmediatez que he perdido y que todavía tenía de forma pasiva en la butaca. Estoy enojado conmigo mismo y con los lugares comunes de las películas actuales. Con su falta de coraje. Con las escenas impuestas de persecuciones que involucran un auto vulgar y pequeño, generando un momento cómico. Con personajes que realizan acciones esporádicas y tienen suerte… Donde no solo son afortunados, sino que repiten eso en más de una ocasión. Y no hay problema que la verosimilitud a veces se la jueguen en una apuesta… Pero no puede ser que la casa siempre gane. Esos dados están cargados. Y no compro. Este personaje, aquel héroe, quiere que le crea que todo le sale por la sencilla razón de portación de nombre. Y así no funciona ¿Cómo puede ser que la ficción quiera venderme algo tan falso? Yo puedo respetar ambos mundos y siempre, siempre tener más miedo de la realidad, aquella que es tan cruel que no podemos mostrarla por completo en una pantalla porque nadie creería que existe tanta maldad; aquella que es tan hermosa que resultaría aburrida en una ficción donde el final feliz es solo eso, sus minutos finales. 



Entonces, ¿en dónde estoy? Si necesito escribir algo así es porque no lo sé. Las preguntas invaden a las respuestas y las desnudan, le sacan todo aquello con lo que podría identificarlas y me quedan... Suposiciones. Y el círculo se completa y en el final de cada película dejan un espacio abierto, un nuevo personaje que va a continuar con el peso de la franquicia el día que nuestro viejo personaje se retire. Y portará su nombre sin consuelo y las ideas se reciclarán y la imaginación será un bien considerado no grato. La sobreprotectora existencia de las franquicias seguirá creciendo y nos contarán la misma historia una y otra vez, la que nos han contado desde siempre, la que sabemos desde que vivíamos en cuevas. Nos hablarán sobre el amor, la redención, la venganza, el odio… Y los destruirán con el mismo concepto, con la misma estructura y el mismo chiste que cambiará, de forma astuta pero sin esfuerzo, en base a cuándo y dónde transcurra la historia. 



Ya no me sorprendo. Me acostumbro y me aburro.


Lo veo venir.


Nadie, aunque sea una ficción, hace algo irrisorio, algo puntualmente lírico, críptico.


Así que podría desde mi realidad pararme en plena función llena de gente y retirarme en completo silencio. Y muchos me verían y también desconectados de aquella pantalla pensarían en hacer lo mismo. Y los personajes romperían la cuarta pared y me observarían entre las luces y sombras que se proyectan... Tal vez me ignoren, pero me gustaría que alguno diera un golpe en la mesa y gritara: ¿Qué estamos haciendo? ¿Podemos hacer lo que queramos y somos más obvios y aburridos que ellos? Y nos señalarían y en nuestras caras largas verían la desconexión de nuestros rostros, comiendo un pochoclo pagado al precio del mismísimo oro, tomando gaseosas aguadas y llenas de hielo para generar mayores ganancias... Estoy seguro que eso los haría replantear su mundo. El villano vería al héroe y le haría una mueca mientras dan el mejor espectáculo de su vida. Nos contarían la historia, pero como si los estuviésemos escuchando: una vez y de forma clara y concisa. Las persecuciones durarían un poco menos, pero serían más intensas. El héroe a veces quedaría rengo ante una caída, y, aunque sea durante esa secuencia, me demostraría un mínimo de dolor en su rostro. Algunos personajes morirían, pero la grandilocuencia no sería el factor común. Y tal vez, tal vez, los personajes se reirían del pasado y del futuro que rige nuestro presente, sin estar obligados de complacernos bajo el manto del marketing actual…


Es ridículo.


Yo saldría de la sala y nadie me vería.


Algún personaje diría justo algo gracioso y puntualmente ocurrente. La audiencia festejaría… Tanto el chiste como mi salida.



Tal vez el problema sea yo. Busco autenticidad de una forma que ya no encuentro. Ni entiendo. Tal vez todo va muy rápido, incluso para mí. Por eso es que dicen que mientras más viejo se es, más se vuelve para atrás. En cualquier aspecto de la vida. Tal vez la locura y la chispa de autenticidad que busco está en el pasado más cercano, aquel bañado de conocimientos que no tuve hasta un presente instantáneo y que luego aumentaré en un futuro incierto. Tal vez las películas más viejas me conecten con historias donde un recién crecimiento de la industria producía ideas elaboradas, sorpresas impactantes y personajes llenos de pasión y arrebatos de incertidumbre. Quizás en esa época la crueldad se mostraba un poco más profunda y lo hermoso luchaba por florecer durante toda la historia. Tal vez los sentimientos recién comenzaban a contarse y a entenderse al prescindir de videos de un minuto con continuas lecciones y sabidurías. Capaz que en las persecuciones los coches realmente volaban y las naves realmente chocaban. El fuego quemaba, el agua mojaba y el verde vivía en la naturaleza y no en las pantallas de postproducción. Tal vez una emoción era contada a través de una mirada, de un plano en silencio, de un personaje sentado y reflexionando. Y tal vez entre ellos también se comunicaban así en ocasiones puntuales, y nosotros, sentados en la inmensa oscuridad, sentíamos que ese cosmos era nuestro, que estaba al alcance de la mano, mientras reíamos o llorábamos y entendíamos… Lo entendíamos y nos sentíamos enteros por comprender, aunque a veces no estuviésemos de acuerdo. Y se producía ese tipo de silencio que solo pasa cuando muchos a la vez inspiran y contienen el aire… Cuando durante un momento la sala se queda sin átomos provocando que el tiempo se detenga por completo.



Tal vez es en esa oscuridad en la que me encuentro desde que soy chico. Al principio sin entenderla y luego con la maldición del conocimiento, que me da libertad para manejarme, pero me inhibe de lo espontáneo y me da valores cada vez más altos de satisfacer. Una adicción sin cura, plagada de nostalgia y delirio.



El contradictorio pero mágico hecho de conectar con mi historia al escaparme, durante unas horas, de ella. 

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