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Algunas palabras escritas horas atrás.

Las siguientes palabras forman parte del discurso de presentación del libro "Un Título que no dice Nada", un jueves 6 de junio del 2024 en la Biblioteca Almafuerte ubicada en Guaymallén, Mendoza.


Se estima que dentro de unos cinco mil a siete mil millones de años el sol va a apagarse y morir, lo que significaría un apagón en nuestro sistema solar, la ausencia de una luz que dejaría a nuestro mundo en tinieblas y a temperaturas bajo cero. El exterminio… Incluso se cree que antes de aquel suceso nuestra galaxia, La Vía Láctea, chocaría con la galaxia Andrómeda, su vecina, lo que provocaría una fusión de ambas en una galaxia mucho mayor. Se estima que este hecho ocurriría dentro de 3870 millones de años y que la fusión final sucedería dentro de 5860 millones de años. Esto nos da una etapa de transformación de unos 1190 millones de años… Ante nuestra percepción, estos números se muestran como inabarcables e irrisorios.


Pero quizás el tiempo no sea tan ínfimo como creemos.



La decisión de escribir este discurso ha sucedido durante un breve lapso de idas y vueltas, donde no he podido repasarlo verbalmente al tener que revisar lo que he escrito para que todo suene correcto a la hora de decirlo. Un giro metalingüístico entre nosotros y estas hojas.


El primer concepto del cual se me ocurre hablar sin llegar a un punto de pedantería o enseñanza es aquel relacionado a la escritura. El sencillo acto de colocar una palabra delante de otra e ir direccionando todo a través de puntos y espacios no es poca cosa. Es en los ritmos y en lo no dicho donde existe la claridad en la comunicación. Las cosas por su simple peso no valen nada. Una palabra larga y complicada solo genera demoras en el resto. Una oración mal formulada trae un bostezo reprimido. Un párrafo sin una idea general produce el suicidio de los ojos. Más que escribir, el bien mayor es reescribir. Volver y leer. Cambiar. Pulir. Seguir el ritmo. Detenerlo en momentos claves... Y dejarlo fluir mientras. Existe una danza. Uno, dos, tres, cuatro. Hay una manipulación. Dame las sílabas, tomá las frases. No pierdas el hilo: seguime, vamos bien…


Escribir es una disciplina. Es jugar con las palabras. Es escribir de unas palabras utilizando otras palabras. Requiere todo o más de lo que uno siempre espera. Las noches se hacen cortas y los minutos se me van de las manos. Cada vez que me siento estoy sacrificando algo. Visito recuerdos, abro puertas que me hicieron mal, aireo cuartos con pensamientos gratos, me dejo llevar en el jardín de lo vulgarmente existencial. Un hombre en las cavernas, un meteorito a años luz. Me dejo llevar y termino en limbos aterradoramente descriptivos. Hay acciones y colores y gente yendo y viniendo. De repente no sé lo que estoy diciendo, pero sigo diciéndolo, hasta que gane sentido. Es necesario continuar. Así es como la escritura gana desde su planteamiento inicial, pasando por su desfachatez en el desarrollo, hasta llegar a su ambiguo final. Nadie quiere que termine. Y no debería, porque puede seguir desde el lugar de cada uno.


Tal vez mis palabras comienzan a ser un remolino. Eso es lo que sucede cuando se intenta explicar un hecho artístico desde el accionar. No estoy acá para dar una clase de adjetivos y adverbios, sujeto y predicado. Mucho menos para hablar de forma teórica sobre estructuras narrativas. Esas cosas se aprenden desde la práctica como el lenguaje en sí, como cada vez que de chicos nos repetían nuestro nombre hasta que lo incorporábamos como propio… De la misma manera, al sentarse uno a escribir, aprende. Pasados unos años con suerte las oraciones suenan mejor. Tengo veces donde así lo veo. Y otras donde sigo dudando. Es normal. Si tuviera pocos conflictos me hubiese aburrido hace rato. ¿Acabo de escribir “Tengo veces donde así lo veo?” Suena horrible. ¿Ven lo que digo?


Escribo desde que tengo memoria. Publiqué mi primer libro en el 2022. Se titula Una combinación de cosas que solo tienen tu sentido. Me gustan los títulos largos. Me recuerda a discos que escuchaba en su momento como El peso del aire suspirado o La presencia de las personas que se van. Quería algo que sonase así. Y en ese armado busqué de una forma puritana mantener todos los escritos de la misma manera en que fueron concebidos años atrás. Dejé palabras redundantes, insultos, una sobrecarga de adjetivos. Se mezclan relatos ficcionales con pensamientos y reflexiones en una especie de diario asincrónico. Pero siempre que vuelvo a aquellas hojas me encuentro con segundos que todavía no sé de qué lugar vienen, con momentos allí escritos que me hacen exhalar de forma pronunciada… Y también con carillas, situaciones, que reconozco con exactitud desde el lugar que fueron escritas y donde permanecen al día de hoy.


Pero mis obras ya no son más mías. Ahora pertenecen al colectivo de los demás: un ambiente en muchos casos hostil y depravado, dispuesto a llevarse todo puesto con tal de no sucumbir ante lo instantáneo de nuestros tiempos. Y es allí que en 2023 aparece Un título que no dice nada. Mi autoexigencia no me permite ser senil: debo mejorar. Retoco lo que ya estaba escrito. Agrego más. Aparece un estilo más ligado al realismo sucio, a cierto minimalismo en sus descripciones. Ahora no solo hay un conjunto de historias particulares, sino que cada sección cuenta una historia general, que en su conjunto nos muestran una trama mayor. Todo se relaciona y vuelve sobre sus pasos. Además de los relatos se incorporan crónicas, algo de poesía, escenas y secuencias de guiones no filmados, pero fielmente imaginados. Incluso sus títulos están ahí para contar más que para titular. Y aunque el título inicial y general no diga nada, la contradicción está de que dentro de estas páginas hay dicho, y mucho.


El lanzamiento de este segundo libro trajo consigo una forma nueva de compartir mis escritos a través del diseño de una página web. En www.nicolasdicataldo.ar van a poder encontrar ambos ejemplares para adquirirlos tanto en formato físico como digital. Incluso pueden leer muchas páginas de forma gratuita y entrar en mi blog donde publico escritos semanales de películas. Todo está allí, al alcance de un click. Ante lo instantáneo que, si quieren, puede detenerse en el tiempo.


Cierto, yo empecé este discurso hablando sobre el tiempo. 



La realidad es que no tenemos tanto. Se nos escapa entre las manos, ante cada célula que muere y ninguna que la reemplaza. Lo vemos en los pelos grises y blancos, en los ojos llenos de cataratas, en el aumento de los impuestos, ya es más difícil organizarnos entre amigos, se prioriza el domingo en familia, las noches no alcanzan para ver a nuestra pareja. Aparece lo ínfimo. Una sensación que reduce y nos quita. Debemos tomar el vaso entero. Apretar las manos y consumir hasta el último centavo. Al no tener tanto tiempo tendemos a perdernos en pensamientos abstractos. Tal vez sea necesario prestar más atención a lo que está pasando delante nuestro… Porque es cierto que el sol va a morir y que la galaxia en la que estamos parados sucumbirá, pero en estas palabras hemos encontrado una forma de viajar a través de aquella fatalidad. De enfrentarnos a lo inevitable a través del puro sentido de experimentar este mismo instante. Y así fue como el discurso se transformó en un dilema. Un dilema que se hizo oración. Un párrafo que terminó llegando a lo inabarcable. Un libro que sigue estando, acá está, aunque no sea muy mío, ni tampoco sea tan tuyo a estas alturas… Y ahí sigue y va a seguir, frágil y vivaz ante aquel desconocido que todavía no lo encuentra, y que espera, luego de un rato largo, darse cuenta de que el sol mañana va a volver a salir.


Tal vez un día lejano, muy lejano, viviremos y viajaremos como recuerdos por un cosmos negro y aburrido pero agradecidos de, entre tantas limitaciones, revivir el fugaz tiempo que estuvimos acá, una tarde cualquiera en un jueves de junio, mientras me escuchaban hablar sobre un libro que poco o nada se vendió a sí mismo… Solo se mostró en y ante el reflejo de los demás. Gracias por escuchar. 




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