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Conocer nuestra época y sus consecuencias

La condena (La condanna, Italia, 92’, 1990) Dirección: Marco Bellocchio. Guion: Marco Bellocchio, Massimo Fagioli. Fotografía: Giuseppe Lanci. Intérpretes: Vittorio Mezzogiorno, Claire Nebout, Grazyna Szapolowska, Claudio Emeri.

Por Nicolás Di Cataldo


Una película cambia dependiendo del momento de la vida en que uno la vea. Extensos análisis se han realizado sobre esta afirmación y todos parecen llegar al mismo resultado: el film en sí siempre es el mismo, lo que se modifica es nuestra visión con el tiempo. Por eso hay historias que antes nos emocionaron hasta las lágrimas y hoy no nos producen nada. Significa que hemos cambiado. Pero ¿qué pasa cuando revisitamos obras del pasado que interactúan con temas que circulan en la sociedad actual? Es en estos casos donde un contexto mayor influye sobre nosotros, recayendo sobre el relato. Y, manejado de una forma inteligente y sutil como hace La Condena, nuestra visión se extiende y nos permite seguir debatiendo: es una victoria desde cualquier punto de vista. 



La película nos cuenta la historia de Lorenzo, un arquitecto que se queda encerrado en un museo con una chica, Sandra. Hacen el amor y más tarde ella lo denuncia cuando descubre que él siempre tuvo las llaves del lugar. A partir del juicio es que se plantean cuestiones éticas y morales que llevan a Lorenzo y Sandra a exponer sus puntos de vista, influyendo e invitando a la reflexión a otras personas como Giovanni, fiscal del caso, quien está pasando por problemas matrimoniales con su esposa.


El argumento de la película nos lleva por conceptos sensibles entre los que se abordan la violación, la manipulación, las limitaciones y los patrones de la conducta humana, los procesos legales e incluso aspectos relacionados al orgasmo y la conexión. Pero el enorme punto a favor que presenta desde el primer minuto La Condena, es que su experimentado director Marco Bellocchio aborda todos estos temas sin establecer una opinión, sino más bien mostrándolo todo como un testigo omnipresente, dejando a sus personajes definirse y contradecirse. El resultado es un metraje fascinante que durante una hora y media nos hace miembros activos de su historia, permitiéndonos sentir, dudar y repensar cada fotograma. 



Pero esta historia tiene un punto clave que no puede omitirse: su guion. La escritura del mismo, realizada por el propio Bellocchio junto con su amigo y psiquiatra Massimo Fagioli, desenvuelve secuencias bañadas en aspectos psicológicos que desde su ambigüedad incrementan nuestro interés y dotan a la historia de aristas profundas y reflexivas. Sin llegar a lo explícito en lo carnal que utiliza por ejemplo Irreversible de Gaspar Noé, la escritura de La Condena en aquellas escenas y su posterior filmación nos muestra un dúo preocupado por las formas y con el propósito de que ayuden a contar la historia, no solo como un simple artificio visual.


Desde la imagen se presentan los espacios, en particular los del museo, con una belleza y una nitidez asombrosa, con encuadres amplios y movimientos de cámara medidos, sumando un concepto de claroscuros en la iluminación que dotan lo visual de una combinación intensa de belleza y peligro. Las composiciones musicales están formadas por violines que desarrollan partituras estridentes desde el inicio y que van a continuar como una especie de leitmotiv en el metraje, haciéndonos parte de la amenaza y la perturbación. 



Pero lo más atrayente del film es su desplazamiento de lo que es el juicio para recaer sobre Giovanni, el fiscal que debe dar una resolución sobre aquel acto llevado a la justicia. Es en este punto donde La Condena se despega de la estructura de un film clásico y va más allá, permitiéndose navegar hacia el universo del fiscal y dándole mayor impacto en base al desencadenante inicial. Su trama va ganando importancia en la película hasta que estamos inmersos en su conflicto, su eterna disyuntiva sobre qué debería hacer. Y es que la dominación como objeto de deseo es un tema que se maneja siempre por debajo de lo que sus personajes muestran y dicen, recordando al mejor Pedro Almodóvar. 


El final de La Condena es abrupto pero seductor. Nada queda resuelto, más bien es una invitación para el espectador ante la visión que proponen sus personajes femeninos (no solo está la visión de Sandra, la protagonista del principio) y la atenta mirada de un fiscal que continúa y continuará en su introspección. Llegados a este punto, atrás ha quedado el hecho inicial del arquitecto y su manipulador punto de vista sobre la situación. Ahora somos nosotros los testigos, jueces, fiscales e incluso las víctimas de este incidente. La reflexión debe continuar. Pero tenemos una ventaja a nuestro favor: conocer nuestra época y sus consecuencias.  




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