Enferma de mí (Sick of Myself, Noruega, 97’, 2022) Dirección: Kristoffer Borgli. Guion: Kristoffer Borgli. Fotografía: Benjamin Loeb. Intérpretes: Kristine Kujath Thorp, Eirik Sæther, Fanny Vaager, Fredrik Stenberg Ditlev-Simonsen.
Por Nicolás Di Cataldo
En un cine actual que busca contentar al espectador y llevarlo a un estado de disfrute inmediato, todavía existen películas que buscan movilizar mediante propuestas radicales y utilizan formas reflexivas para lograrlo. En este caso el interesante largometraje del director noruego Kristoffer Borgli, titulado Sick of Myself, nos lleva a ese punto donde la risa y la incomodidad se fusionan en un estado crítico ante lo que estamos viendo… Y que en ningún momento nos deja indiferentes.
La película se centra en el personaje de Signe, una joven que mantiene una relación tóxica y competitiva con un artista contemporáneo llamado Thomas. La vida de Signe va a dar un giro cuando Thomas consiga cierta fama, obligándola a reinventarse como un inédito personaje que busca en la victimización una forma de llamar la atención e igualar el estatus de su novio.
De por sí la sinopsis de Sick of Myself nos muestra una propuesta diferente y algo perversa, al menos en sus palabras… Pero esto queda luego demostrado en la imagen al encontrarnos con una comedia negra y morbosa, de un humor elevado y no apto para cualquier estómago.
La segunda película de su director, Kristoffer Borgli, quien había debutado con una interesante propuesta de falso documental titulada Drib (2017) nos deja en claro su buen pulso para contar una historia con situaciones irónicas y grotescas, sin temor al qué dirán.
Y es que nosotros espectadores, una vez que comienza la película y vemos la relación de Signe y Thomas, descubrimos acciones totalmente despreciables: pasando por una competitividad de atención entre ellos y para con los demás, hasta llegar a situaciones narcisistas y mitómanas. Unos primeros veinte minutos donde existe un mundo de egoísmo y vanidad que nos atrae justamente por la radicalidad de aquel caos que la pareja viste como algo rutinario. La forma en que Signe y Thomas se desenvuelven, cómo se hablan y cómo se muestran en sus entornos son todos aspectos más que sutiles que en un primer visionado nos permiten avanzar en la historia pero que luego al percatarnos de otros detalles, podremos comprobar que el desequilibrio era algo inminente.
Así, mientras la película avanza y su protagonista se sumerge en situaciones cada vez más intensas y bizarras, el director noruego nos entrega un amplio catálogo de situaciones donde el humor más negro aparece rodeado de críticas al sistema, sus medios y la forma en que han contaminado nuestro mundo. Y es en este punto donde Borgli despliega, durante el segundo acto de la historia, recurrentes críticas al arte contemporáneo, las redes sociales, el mundo de la moda, la medicina y los grupos de autoayuda, la televisión y el periodismo… Siendo esto quizás el punto más flojo del largometraje: en una historia que podría centrarse de lleno en lo que le pasa a sus personajes, Borgli se emborracha de sus propios discursos y pasa a ser el centro de la narrativa, aquel cine de autor que poco o nada deja ambiguo para reflexión del espectador.
Pero lo que no se puede negar es la forma en que Borgli utiliza todos los recursos narrativos que posee para contar, de forma inteligente y utilizando el ritmo de las imágenes, una yuxtaposición de mundos donde la protagonista Signe pasa desde la realidad hacia los recuerdos, para luego viajar a situaciones imaginarias o sueños surrealistas, demostrando que el personaje que se ha inventado poco a poco está invadiendo y deformando no solo su cuerpo, sino también su mente…
Es en este punto donde la película no tiene un punto medio: o gusta o desagrada. Aquellos que encuentran en lo perverso y lo grotesco una negación no encontrarán a Sick of Myself de su agrado. Mientras que los espectadores que estén dispuestos a navegar en aguas turbias, con cierta incertidumbre ante la locura de sus personajes y, por qué no, del contexto que los encierra, pasarán un buen momento entre risas e incomodidad: una montaña rusa que solo termina una vez que la película acaba.
Y cuando los créditos finales terminan uno se queda con la sensación de que aquella historia no pasará desapercibida en nuestras cabezas durante un buen rato. Porque Sick of Myself no es perfecta, tampoco pretende serlo e incluso juega con ese sentimiento de superioridad banal.
Pero no podemos negar que nosotros, al igual que Signe, a veces solo deseamos fama y atención… Aunque ese universo nos termine jugando en contra, y, por ende, deformándonos desde el interior.