El hombre sin pasado (Mies vailla menneisyyttä, Finlandia, 97’, 2002) Dirección: Aki Kaurismäki. Guion: Aki Kaurismäki. Fotografía: Timo Salminen. Intérpretes: Markku Peltola, Kati Outinen, Juhani Niemelä, Kaija Pakarinen, Sakari Kuosmanen.
Por Nicolás Di Cataldo
Hay películas que están vivas. Desde su concepción, son estas obras las que perduran a través del tiempo, a pesar de que el espacio donde se proyecten esté en constante cambio. Por su condición de existencia plena y atemporalidad no es necesario que nosotros debamos realizar mucho más que una observación activa. En cada fotograma, en cada escena y secuencia, sus personajes se mueven, caen, fallan y vuelven a intentarlo. Tal vez en algún momento se acabe. Pero hoy no es el día. Hoy solo podemos terminar de ver El hombre sin pasado con una media sonrisa. Irnos y seguir con nuestra vida, pero quedándonos presente aquella tragicomedia tan excéntrica como auténtica, tan absurda como real.
La historia trata sobre un hombre que es violentamente asaltado y golpeado. Casi al borde de la muerte es rescatado, pero pierde por completo su memoria. No recuerda quién es, ni de dónde viene, ni hacia dónde iba. Sin nada de dinero, el hombre debe reiniciar su vida en una zona marginal, donde irá conociendo a distintas personas y podrá tener un nuevo comienzo, enamorándose.
Ante una trama bastante común y para nada innovadora, el desafío de este tipo de proyectos está en ver cómo se desenvuelven, de qué manera muestran algo que ya hemos visto antes. En este caso, la autenticidad se remite en la interrelación con sus personajes, profundamente desarrollados tanto en sus virtudes como en sus falencias. Sin grandes trucos ni artilugios, el director finlandés Aki Kaurismäki escribe y dirige una película que está a la par de su excelsa filmografía, manejando un humor rancio pero sutil e impregnando cada situación que sucede desde un lado natural pero tragicómico.
Con movimientos de cámara sutiles y una puesta en escena invisible, el director comunica desde el significado del instante, mostrándonos la rutina y los pequeños momentos donde sus personajes son vulnerables y se desarrollan mientras almuerzan lo que tienen o toman un vaso de cerveza una tarde cualquiera. Es en la genialidad de contar cosas importantes, pero ninguna sin una estridencia particular donde la película nos conquista. Su tono sarcástico y con cierto existencialismo nos invita a quedarnos a vivir en aquel desolado bar o aquella escueta casa, donde dos personas pueden compartir una ocasión desde el disfrute mismo del presente, sobre todo ante un protagonista que no sabe quién fue y que, a medida que la historia avanza, tampoco parece querer saberlo.
El uso de la música es otro factor clave en la película y filmografía del director. Sus acompañamientos melancólicos suenan en momentos que se refleja la rutina de una sociedad finlandesa que vive con lo justo y necesario. Pero incluso la música en vivo, diegética, también se hace presente en el film, con composiciones que mezclan lo tradicional de su sociedad con lo internacional. Es en esos momentos donde Kaurismäki nos recuerda que, incluso sin nada, todos podemos relacionarnos a través de unos acordes.
Los diálogos también terminan constituyendo una pieza musical debido al ritmo que manejan y la forma en que la seriedad y la comedia van apareciendo, muchas veces presentando el absurdo en sus palabras, así como el factor religioso, como una forma de entablar una relación. Se observan estas reminiscencias en el trabajo simultáneo y posterior de otros guionistas y directores como Martín Retjman, Aaron Sorkin o los hermanos Coen, donde cada uno de ellos desarrolló diferentes aspectos, pero a partir de esta misma esencia.
Llegados a este punto es necesario conocer más a nuestro protagonista, aquel hombre atemporal. Pero quizás él no quiera ser conocido, solo visto. Es así que a medida que va encontrando gente que lo ayuda o que se aprovecha de él, o incluso cuando se enamora y comienza una relación, el hombre parece empezar a recordar. Sus acciones a veces algo ambiguas parecen decirnos esto, aunque sus actitudes se encuentren en disyuntiva con respecto a dejarlo todo y volver… O elegir mantenerse en su nuevo presente, una nueva oportunidad para ser.
Las respuestas están a la vista para aquel que ha estado observando, para aquel que ha reído ante el sarcasmo de algunas conversaciones o se ha quedado serio ante situaciones injustas. Nuestro hombre sin memoria sigue allí, viajando y eligiendo, haciéndose cargo de sus acciones y conviviendo con lo que no puede cambiar. La película termina y en los créditos descubrimos que aquella pareja siempre va a volver a conocerse y quererse, una y otra vez, las veces que volvamos a repetir la historia para el asombro de nuestros ojos en otro tiempo y en otro lugar. El hombre sin pasado ahora está con nosotros, y mientras seguimos con nuestras vidas nos damos cuenta que hemos descubierto algo muy valioso: momentos de paz en el inmenso caos.